¡Fuck You!


Andrés Villa
Escritor

¡Fuck You!, así le decían al vagar por aquellas calles, cargando su jaba llena de cabangas y dulces de jengibre, los chiquillos atrevidos y la gente que se burlaban de él. Lo molestaban por su andar vacilante, y le repetían esa frase que se había convertido en su escudo. Descubrió que era una llave maestra que lo apartaba del mundo y de todos.

- ¡Fuck you!

Desde aquella vez que… Habían matado al Presidente. La noticia corrió por toda la ciudad. De boca en boca, una forma quizás más efectiva que los medios que décadas más tarde difundirían la guerra de Irak.

En aquellos tiempos no había satélites que apoyaran a la televisión, ni faxes y mucho menos Internet. Pero el asesinato sacudió a todos con la fuerza de un rayo. Mañana estaría en las primeras planas de los diarios. En blanco y negro.

Rupert dobló presuroso la esquina. Ya estaba en el barrio. El callejón oscuro lo engulló como si fueran las fauces de un dragón. Cruzó el patio cuidándose de no pisar las partes mojadas, podía resbalar y desnucarse como alguna vez vio que le pasó al amigo de su vecina de al lado. El recuerdo siempre lo acompañaba. Aún en este momento tan crítico.

El tipo regresaba de un paseo de la playa. Había tomado bastantes cervezas, asía una paila con las dos manos. No conocía el patio y lo cruzó por el centro. Fatalidad. Voló por los aires como si el limo del piso del patio fuera un trampolín. La caída fue sensacional. Aterrizó de cabeza y quedó como muerto. Nunca más volvió a visitar a la vecina. Dicen que después hablaba solo.

¿Cómo podían entretenerlo esos recuerdos, después de lo que había visto?

Ya dentro de su cuarto se sintió seguro. A pesar de que sólo esas desvencijadas paredes lo guarecían, se sentía seguro, al fin y al cabo era su cuarto.

Aquellas casas de madera habían sido divididas hasta su quintaesencia. Parecían galeones. Sus arquitectos aprovecharon al máximo el espacio colocándolas sobre terrenos planos, inclinados y lomas quebradas. Fantásticas. Las dotaban, además, con patios, baños y servicios comunales; de escaleras y balcones. Entre ellas, aprisionaban callejones por donde circulaban los olores del barrio.

Sudoroso, se quitó la gorra, para refrescar su calva. Había caminado, corrido, volado desde el sitio del asesinato. La oscuridad no le dejó ver lo enlodado que estaba.

-¡Maldita sea! ¡Fuck you!

Era delgado, seco y trabajaba de palafrenero en el hipódromo, hacía ya muchos años. Conocía muy bien el cuidado de los caballos de carrera, con eso se ganaba la vida. Se lamentó de no haber podido recoger la propina, después de la carrera clásica. La yegua llegó segunda; el caballo del Presidente había ganado. Debía de estar celebrando cuando lo alcanzaron las balas.

Él vio a los hombres, detrás de los arbustos ornamentales, como se escondían sigilosos. De repente los fogonazos, terribles, estruendosos, rompieron la oscuridad de la noche, la desgarraron en mil pedazos, y asustaron a la yegua cuando la llevaba de regreso a los establos. Pobrecita, se le soltó, volvió a la pista saltando las bardas.

Al perseguirla se vio corriendo al lado de los asesinos. Escuchó bien cómo se recriminaban uno al otro, en español y en inglés. ¡Qué raro, en espanish and inglish!

-¡ Fuck you, Oh Yea!- maldijo otra vez, sentado sobre su cama golpeando con un puño su otra mano abierta.

La yegua corría y corría. Recuerda lo que había pensado en aquel momento. “Chu, sí hubieras corrido así en el clásico, puñetera. Y el Presidente no se encontraría en el lugar celebrando. ¡Focking Yegua, no se para!

Su mirada se cruzó con la de los asesinos.

-¡Oh rass! - A ese tipo

lo conocía. Y lo que es peor, él también lo reconoció.

¡Cómo no!, muchas veces se habían encontrado en el círculo de ganadores del hipódromo. Claro, que mientras el bandido celebraba con una copa de champán, al lado del Presidente, él sujetaba humildemente la brida de algún caballo ganador.

De pronto comprendió en qué lío estaba metido. Dejó de perseguir a la yegua y sólo pudo ver los fogonazos que salieron de la “machinga”. Los hijueputas querían matarlo. Vio, con tristeza, cómo varios de los disparos alcanzaron a la yegua, derribándola, poniendo fin a su frenética carrera. Se tiró al piso, rodó, se levantó y corrió, corrió y corrió. Cruzó la ciudad, hasta su cuarto. No se atrevió a montarse en una chiva.

Tampoco encendió el único foco que lo iluminaba en las noches. En la oscuridad, comenzó a temblar. Él conocía los rostros de los asesinos del Presidente.

-¡Fuck you!

¿Por qué le pasaban estas cosas? ¿Por qué no a otro chombo? De ésta no se salvaba.

Sintió ruido en los pasillos, gritos, estruendos, preguntas. Lo sospechaba, venían a buscarlo. Ya sabían, que él sabía.

Se puso su gorra, sin ella no salía a ningún lado. Entreabrió una de las hojas que formaban la puerta del cuarto. Atisbó y vio a los pesquisas que se acercaban, sintió pánico. Corrió. Por primera vez desde la caída del tipo aquel, se olvidó de lo peligroso que era esa parte del patio.

¡Zasssssssss¡ Voló por los aires. ¡Pandam! Cayó de cabeza.

--¿Doctor qué le pasa a este paciente? ¿Verdad que está loco?

--Sí, no recuerda nada, no responde a lo que preguntamos.

Los esbirros salieron de la habitación del hospital regalándole una última mirada que resumía desprecio y burla. Mientras él mascullaba su habitual… _ ¡Fuck you!

Nota extraída de: http://www.pa-digital.com.pa/periodico/edicion-actual/dia_d-interna.php?story_id=947232&edition_id=20100801#ixzz0vTEexzSS
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