¡QUÉ HUEVO!

Andrés Villa
Escritor

Era el tercer guardia de seguridad tiroteado y despojado de su arma en ese popular restaurante. Esta vez el pobre hombre quedó muerto en el acto, con un tiro en el estómago y otro en la cabeza. Nunca vio a sus atacantes o si los vio reaccionó muy tarde. El propietario del establecimiento optó por cerrarlo, después de décadas de operaciones en las que se había convertido en un referente del barrio. Pero había llegado esta ola de asaltos, tan feroces, nunca vistos.

Lo que había motivado a contratar a los guardias privados fueron las agresiones a los parroquianos. Pero resultó que las armas que portaban los vigilantes eran un botín muy codiciado por los pandilleros.

Dicen que el griego tuvo miedo, que tenía ya mucho dinero o que estaba muy viejo y que éste no era el barrio en el que había trabajado por tanto tiempo. Que era hora de retirarse.

--Necesitamos celulares. Con celulares vamos a ta bien pritty??"

--Necesitamos más billetes.

--Yo quiero un arma. Necesito mi arma. Sólo tenemos la nueve y el revólver.

--Bueno, tienes que buscarla. Quítasela a un seguridad. Ahí tá la solución.

Y los consiguieron.

--Dumbo cómo anda too. Bueno pana, necesito un favor. Yo te hice varios. ¿No es verdad? Te arreglé bien pritty. Ahora te necesito??".

Tabo con su cigarrillo de marihuana en la mano atendía a su secuaz de la calle 35, esta vez, en la sala de su cuarto. Dumbo había sido un buen compinche y se había ganado cierto respeto.

--Dime mi panita. Contigo todo. Yo sé, toy agradecido, por lo que has hecho---

--Bueno es algo serio. Bien serio. Necesito un menor que se culpe de un asesinato. Es por el Fulo, peló a un taxista, le metió cuatro tiros y le están echando la culpa. Le pueden echar 20 ñoas, pues es mayor de edad. Si es un menor sale en catorce o dieciséis meses, una bicoca. Le vamos poné un abogado y le vamo a da un billete, y tooo pa que se la mame, pero que salga arreglao. Dice que por allá tú tienes un gatillo alegre que en cualquier momento lo arrestan. Te lo toy diciendo. Ya me pasaron el dato. La PTJ lo tiene en la mira. A ustedes también. Ese tiro que le metieron en la cabeza al seguridad del restaurante los puso caliente. Sí él se echa la culpa de esto paga por los dos casos y borra todo. ¡Ufffff¡ El tiempo pasa rápido.

--- Y tú no tienes por acá a ningún menor??", preguntó Dumbo atemorizado y sorprendido ante la propuesta-

Tabo reaccionó enseguida. Aventó el cigarro humeante. Se paró frente a Dumbo lleno de ira, vociferándole.

--¡ pero te estoy diciendo que es un favor! ¡No entiendes que me debes varias! Nunca te cobré la pistola. ¡Una nueveeee! Con eso dominaste a todos. Te fíeeee las bolsas de cocaína.--- Del mismo modo en que se sulfuró volvió a calmarse. Recogió el humeante cigarrillo de marihuana que había tirado y ya empezaba a quemar el mantel de la mesa y sonriendo continuó convenciendo a Dumbo. Era su filosofía subir y bajar el temperamento.

---Ahora, no te toy diciendo que te eches la culpa tú. Yo sé que también eres menor. ¿Cuantos años tienes? Diecisiete. Pero somete a otro. Te toy diciendo que al chiquitito ése que ta caliente. Ese es él que es.

Dumbo sumiso ya, asintió con la cabeza. Calló un rato aún y por fin dijo.

--Ta bien, voy arreglate eso.

Salió del edificio de Tabo. En la esquina se encontró con el Fulo. Este lo desafió con la mirada. Y burlándose le dijo. ¿Por qué te dicen Dumbo? Debe de ser por esas orejonas ah, ¿Ah?

Él le devolvió con otra mirada llena de rencor y de promesas de vengar el agravio que acababa de escuchar. Era la segunda que le hacía. Primero lo había amenazado con una pistola y ahora este favor que le pedía Tabo, para salvarlo precisamente a él.

--¡Qué huevo!--- Así gritaba, en silencio, Titín después de hablar y discutir con Dumbo, con Calitín, Rogelio y con Roberto. __¡Qué huevo! Pagar por algo que no cometí. ¡Qué huevoooo! Que se echara la culpa por un asesinato de un bulto que no conocía. ¡Qué huevo!??"

Porque era el más pequeño, pero era el que había demostrado tenerlos bien puestos.

--El maricón de Dumbo le tiene miedo al mentao Tabo. Lo obedece como a un corderito, en vez de enfrentarlo.--- estas palabras vibraron en el aire escapando de su soliloquio. El tipo lo había decepcionado, era un cobarde. Ya no quería más su amistad. No lo obedecería más. Y si no lo hacía, no pertenecería más a la pandilla. ¿Qué haría entonces?

Sacó el revólver 38 del escondite secreto ubicado en algún lugar del patio. Era el que le había quitado al guardia de seguridad.

Aquella noche de su segundo asesinato se le acercó al uniformado por un lado. Recordaba que antes esperó que el tipo saliera del restaurante y se parara afuera a fumarse un cigarrillo. Lo disfrutaba tanto que se dio cuenta muy tarde que alguien se le acercaba con una nueve en la mano.

Titín recordó cuando Dumbo se la había dado y que la llevaba montada. También pasó por su mente aquella rareza, cuando apretó el gatillo y como si fuera la víctima, él mismo sintió el balazo que atravesaba la barriga ajena. Después supo que aquella sensación fue pura imaginación. Los estómagos eran un blanco muy blando para la potencia de la nueve.

El tipo cayó y en el suelo trató de desenfundar su 38. Eso fue lo que le obligó a meterle otro tiro en la cabeza, y hacerla estallar como un melón. Después fue fácil quitarle de la mano el revólver niquelado con la cacha negra. Rápidamente cruzó la calle y se perdió entre las sombras que proyectaban las fachadas de las casas. Esta vez no lloró, ni se emocionó como cuando mató al jovencito de la calle de arriba. Lo disfrutó.

Ahora empuñaba aquel mismo revólver y la rabia lo cegaba. No se iba a culpar. No se iba a doblegar ante la pandilla. No iba hacer ese favor. ¡Qué huevo! se repitió. Se lo guardó en la pretina del pantalón y salió sin rumbo, sin mapa y sin fin.

Dos disparos turbaron la noche. Los curiosos pudieron ver a un jovencito saliendo despavorido de la tienda del chino, con un puñado de billetes en la mano. A contraluz, del farol de la esquina, sus movimientos parecían los de un muñequito de cuerda. Los policías que hacían ronda se lo encontraron súbitamente. Le dieron el alto. Él respondió con un disparo.

El fugitivo tropezó con alguna desigualdad de las deterioradas aceras del barrio. Repuso el paso e iba a seguir huyendo. En una fracción de segundo pensó que adónde iría. Allá en su calle lo esperaban los pandilleros y aquella terrible sentencia de pagar una pena por otro. Todas las argucias de que el tiempo pasaba rápido, lo del billete, de las buenas comidas que le iban a llevar los días de visita, se agolparon en su mente y se mezclaron abruptamente en un batido letal. Se dio la vuelta, pero los uniformados resueltos lo abatieron con sus armas de reglamento.

Ahora sería su pequeño cuerpo sin vida era el que aparecería en las portadas de los matutinos.

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