PRESENTACION. Perdedores de Andrés Villa




¿Quién pierde cuando alguien pierde?


Temas sencillos, situaciones verosímiles, lenguaje coherente, condensación, instantaneidad, compacidad emocional y estética son algunas características de cuentos que hay en este libro.

Participación. Gregorio González, representante de la Biblioteca
Naciomal; Héctor Collado, Andrés Villa y Alberto Cabredo O.
durante la presentación del libro.



Héctor Collado
PA-DIGITAL


Dicen que un perdedor es alguien que no lo logró. Se trataría de un derrotado, reducido por la adversidad. Hay quienes completan su ciclo vital, y nunca les faltó nada pero perdieron el albur de arriesgarse, de dejarse caer y saber qué se siente cuando te rompes las rodillas, la cabeza…

Esa sensación de perder no es lo mismo, que la alegría de perderse. No es lo mismo decir perdí, es una inflexión dolorosa, punzante que, con la alegría de la parranda decir: me perdí, como quien dice: me di a la fuga. Por ahí es el baile de este título que me costó aceptarlo, y Villa lo sabe.

El autor de este libro es un hombre maduro, que se deja aguijonear por la creatividad y hace un amasijo de sal y de anzuelos y vinagres y rajas de canela y un sorbo de vino o ron y otro poco de café para dejarnos en la mano esta especie de hogaza metafísica para que la traguemos como hostias. Poco a poco. No perder los hilos conductores que nos salvarán del laberinto, la corriente alterna que nos sostendrá en vilo, la mano de agua que nos pringará cuando el signo de interrogación amenace nuestro cuello.

Yo digo que perdedor, en este caso Perdedores, se trata de aquel que lo intenta, que se equivoca y vuelve a intentarlo. Es así como percibo, en primera instancia. La intención del autor al colocarle en el pecho del block el título. Pudiera abrumarme, pudiera pensar: ¿qué voy a encontrar en las páginas de un libro que me espeta semejante palabra, casi estigma, en la cara? Y además en plural.

Desde la primera lectura, cuando sólo hojeamos por ojear hubo un clic de complicidad… Venía de leer La Nueve, y salir de esa atmósfera barriobajera, como una nube de transparencia y pólvora para caer en el filo de estas hojas de cuentos que expresan historias que transcurren desde la Historia (con mayúscula) a la anécdota, a una variante de leyenda, del chiste puro a la audacia creativa, del cuento de cuentero, al cuento literario, como quien se reconoce en cada frontera y pasa la aduana del criterio sin mayores contratiempos.

Perdedoreses un libro de cuentos, y eso debía bastar, pero además es un libro de cuentos que nos habla de la gente viva y la muerta, la de ahora y la de antes, la gente bien y los no tan bien, la gente que se cree cuerda y nos habla de locos, por supuesto. La gente que cae, literalmente, y la que sube con argucias. Aquel que, corajudo defiende la honradez de la lealtad y esa otra escoria que traiciona. Se trata de un cuentario, que se deja leer, sin tregua, porque mantiene en vilo la tensión. Todo esto llevado de la mano o mejor decir de la palabra, de un autor que exhibe sus destrezas de artesano que sabe bien acariciar el barro fermentado en su alfarería. Deja apreciar, con los grumos propios del oficio, su verdadero arte.

No es mi interés hacer una parrafada ociosa, pero en la situación en la que me ubico es imprescindible decir lo siguiente. La voz cuento para Cervantes correspondía a la narración oral y novela para la escrita. A veces el cuento acude al sinónimo historia, esto me lo dice mi Baquero Goyanes, “de esa viejísima y siempre joven fascinadora criatura literaria que es el cuento”. Y todas las posibilidades las aprovecha Villa.

Cuando alguien pierde ¿quién gana, que es lo que se gana si pierdo? Es la interrogación que me hice en repetidas ocasiones. Es obvio que el título nos remite a un grupo, a veces mayoritario, de personas que se rindió. Pero quiero decir que con la lectura de este cuentario, esas cuatro sílabas se dimensionan para ser un encuentro de dos.

Me cuesta, me costó a lo largo de la lectura, decidirme por mis textos favoritos. Por mucho, y en un arrebato de identificación de género, me quedé con El pecado de Estheres el que seleccionaría, es un cuento doloroso y, por lo tanto hermoso, que me remite un poco a ese otro antológico de Borges: Emma Zums.

Hay temas que exigen receptáculos específicos. Las materias incendiarias pedirán espacio a la poesía de circunstancias; lo que precise de análisis echará mano al diálogo, y será el teatro en donde el autor dejará caer sus digresiones; en el caso de Perdedores, a cada una de las piezas se le hincó el diente al género narrativo.

Temas sencillos, situaciones verosímiles, lenguaje coherente… condensación, instantaneidad, compacidad emocional y estética.

Un buen cuento debe procurar conmovernos, debe lograr identificación con esas “intuiciones líricas” que son los personajes, hacerlos memorables. Si luego de dejar el libro se olvidan. El poeta habrá cantado en vano.

Pero la lectura es vida y debí escoger mi camino a la perdición, que no a la pérdida y decidí perderme con Perdedores. Y pido para este nuevo acontecimiento la oportunidad que nos da de reencontrarnos.

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