El Circo

Andrés Villa
Escritor

No olvido la vez que Carlito y yo fuimos al Circo. Habíamos conseguido nuestras entradas al vender seis gatos al domador de leones, que los necesitaba para que los ratones no molestaran a los elefantes. Nos solicitó que si queríamos ver otra vez la función, consiguiéramos más gatos.

El circo tenía una gran carpa de franjas verdes y rojas, sobre las que ondeaban alegremente gallardetes de colores. Había casas rodantes y contenedores que luego al llegar o al partir eran tirados por camiones pintados de coloridas lenguas de fuego. En sus presentaciones aparecían leones, payasos, camellos, y los elefantes.

Aquella temporada la gran atracción era la Mujer con Barba, los trapecistas, la Princesita Triste y el otro domador de tigres de bengala, y un mago que hacía desaparecer   y aparecer cosas y personas.

El Circo fue la gran atracción del verano. Recuerdo que aquella noche, en el parque vecino a nuestro vecindario, Carlito en una banca, la que quedaba bajo el palo de mamón, me reveló que se escaparía con el Circo.

Chupando uno de los redondos frutos me dijo que esta había sido  la última presentación y que esa misma noche desmantelarían todas las toldas, llenarían las jaulas con los animales y embarcarían en un gran barco anclado en los muelles del puerto y partirían en una  gira triunfal hacia Suramérica y a Europa. Antes de despedirse, me invitó a irme con él.

Carlito era  delgado y terriblemente flexible, era mi mejor amigo y el más habilidoso de todo el grupo. Nadie trepaba árboles como él, o era el mejor compañero de cuanto perro vagabundo pasaba por nuestra calle. Tenía una puntería certera con los biombos, o era el que alcanzaba más altura al mecerse en los columpios. En las representaciones escolares Carlito era fantástico y muy gracioso.

No volví a ver a Carlito. Sus padres me preguntaron por él y yo tuve  que cumplir mi promesa y no revelarles su destino.

Con los años, consultando en Internet, en la página web de aquel famoso Circo, pude ver a mi amigo cómo se había convertido en payaso. Años más tarde, era el domador que hacía saltar a los tigres entre  aros de fuego y metía osadamente su cabeza entre las fauces de los leones.

Carlito se veía sonriente, triunfante ante un público atento que lo aplaudía complacido. Siempre encontraba un mensaje para mí en su mirada.

Pasaron los años y la página web continuaba mostrándome a un Carlito en otra faceta del programa. En una de las noticias contaban cómo había sobrevivido de una caída de un trapecio desde 30 pies de altura en un espectáculo sin redes protectoras. Después era el mago que hizo aparecer un helicóptero en el escenario.

Los padres de Carlito murieron de pena, y nunca sospecharon que su hijo se había fugado con el espectáculo andante.

Yo hice mi vida sedentaria sin  moverme de esta ciudad frente al mar. Envejecí sin pena ni gloria, sin  volver a ver  más nunca un circo.

Por eso la noticia me hizo temblar de alegría. El Circo de Carlito volvía a la ciudad. La propaganda decía que habría rutilantes  presentaciones después de 60 años de ausencia.

Se anunciaba  que  una de sus grandes  atracciones era el Gran Carlito, que ahora venía convertido en un tragafuegos extraordinario. Yo  fui de los primeros que me presenté a comprar los tiquetes.

A todos en la fila, frente a la taquilla, les decía que bajo esas carpas trabajaba mi compañero de infancia.

El Circo fue un fracaso mayúsculo. Aquellas franjas brillantes de su gran carpa habían perdido todo el encanto y sobre sus  mástiles ondeaban trapos en jirones que semejaban  los otrora gallardetes.

Lo peor fue el espectáculo. Un solitario y casi centenario elefante sin colmillos que se negó a actuar, junto a leones descoloridos a los que les faltaba casi toda la melena, se disputaban la arena con un tigre sin dientes.

Los payasos solo actuaron una noche, pues abandonaron el circo junto al  trapecista sin compañero, al ver que la prometida gira triunfal en la  ciudad natal del dueño del circo no tenía futuro.

Con todo eso, Carlito, que había subido en el escalafón del Circo hasta ser su dueño absoluto, se las arregló para que éste ocupara los principales titulares de los diarios, pero esta vez por el secuestro de todos sus bienes por un grupo de acreedores que llegaron desde otros países persiguiéndolo.

Pude hablar con un viejo Carlito, vestido aún con atuendos orientales, y de turbante en la cabeza. Sentados en la misma banca, bajo aquel árbol de mamón que pareció que estuviera seguro de su regreso, Carlito, con la cara tiznada por las llamaradas de su última actuación, se puso de pie y como si estuviera una vez más en el escenario dio lentamente un giro para contemplar todo el barrio que rodeaba al parque. Vio que poco había cambiado, que seguía siendo una de las partes tradicionales de la ciudad. Me miró  y me dijo. --- Lo volvería hacer. Lo volvería hacer. Volvería a escaparme con el circo. --- Se quedó un rato en silencio y fijándose en el árbol de nuestros días infantiles, preguntó---- ¿Y este árbol todavía da frutos?

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