La Acuarela


Pintura original del reconocido acuarelista panameño,
Arcesio "Chichi" Guardia Figueroa

Andrés Villa
Escritor

El olor del fogón lo despertó. El humo del carbón ardiendo impregnado de querosín y de la fragancia de la carne en palito asándose llegó hasta su nariz. Se incorporó de su cama, caminó el pasillo y encontró en la gran sala de su casa, a las empolleradas. Bellas, mestizas, recordaba muy bien a la que tenía la cinta roja en la frente, que combinaba con la mota de lana, del mismo color, que adornaba su blusa. La otra, distraída, era la de pollera blanca llena de encajes, la reconoció por su nariz respingada. También estaba aquella mujer vulgar y desfachatada del diente de oro.

Vio alejarse al hombre del sombrero montuno. Nunca había podido ver su cara y siempre sintió que murmuraba cosas en su contra. No sabía por- qué, pero percibía su malignidad. Sabía que era capaz de conocer sus pensamientos.

Se acercó a otra bella desconocida. Su piel blanca y tersa cubría facciones perfectas. En ella, los rasgos indígenas no eran tan marcados.

-Hola ¿Cómo estás?

-Bien— contestó con timidez.

-No creí que eras tan bonita. Hasta ahora, nunca pude ver tu rostro - dijo él apenándose al notar el contraste de su pijama de rayas con los bonitos trajes de las mujeres.

-Claro, cómo lo vas a poder hacer si cuando el pintor tomó la fotografía, para después realizar el cuadro, yo viré la cara. Ahora me arrepiento. Estoy condenada a no ver nada. Sólo mentes como la tuya pueden tener tanta imaginación y liberarme. Es muy poderosa la imaginación de ustedes, ¿sabes?

Notó lo que antes sólo pudo vislumbrar, pues la obra de arte casi no los mostraba, los colores de los faldones de cada una de ellas: amarillo, lila, rojo, verde y blanco. Esta última era preciosa, toda de encajes que se confundían con los de su rica enagua.

“Las mujeres de su tierra habían alcanzado un alto grado de perfección al coser estos fantásticos trajes. ”--pensó admirado.

Notó que lo halaban por la camisa. Se volteó y la sorpresa fue grande al encontrarse con la chiquilla del rostro de viejecilla. En verdad, le simpatizaba mucho la melancolía que transmitía. Todo el que visitaba la sala de su casa tenía algo que decir sobre ella.

--¡Hola, eres tú! Me sorprendía mucho que no estuvieras aquí. ¿Qué quieres?-

-Me gustaría subir a ese balcón tan bonito que aparece en el cuadro de la pared de enfrente. Desde el mío lo veo y vivo con el deseo de asomarme a él. Creo que debe haber algo interesante abajo, en la calle-.

La miró sorprendido y sonrió.

-¡Ojúa!-

El grito de un borracho los interrumpió. Enseguida el ritmo de un tamborito acompañado del acordeón y la churuca, llenaron el ambiente. Las muchachas comenzaron a bailar, agitando sus polleras con alegría, gracia y donaire. Algo le molestaba, se dio cuenta al mirar los pies enfundados en aquellas delicadas zapatillas de colores. Estaban todas sucias de barro fresco. El ritmo cesó.

Se acercó a la bella desconocida.

-¿Llovió en la fiesta?

-Siempre llueve en la fiesta de nuestra santa patrona. ¿Cómo lo sabe?- dijo con una sonrisa y coqueto mohín-

-Fácil, todas tienen las babuchas enlodadas.

-¿Y eso le molesta?

-No, de ninguna manera.- dijo por cortesía

Pero estaba seguro de que a su mujer sí le disgustaría ver que las polleras del cuadro que tanto le gustaba, lo habían abandonado trasladando la fiesta a la sala de la casa. Sí, ellas, las polleras de la acuarela del marco rojo.

A la mañana siguiente lo sedaron y se lo llevaron a la clínica de enfermos mentales. Su mujer alarmada había seguido, desde un rincón, todo su delirio nocturno. Llorosa contó al doctor, que no había tomado sus medicamentos en días y que bailaba y salomaba, por lo menos, con cuatro mujeres distintas. También le dijo del cariño con que trataba a una pequeña niña a la que compró una soda roja y una carne en palito y cómo terminó destrozando los muebles de la sala en una terrible pelea a cuchillos con un rival de sombrero montuno. Lo que no pudo explicarse era las sutiles huellas de lodo que habían quedado en el piso y la sonrisa de satisfacción con la que terminó su esposo al dormirse en el sofá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

De venta en las Librerías El Hombre de la Mancha, Exedra Books y en las Farmacias Arrocha (Los Andes, Los Pueblos, San Francisco y Obarrio).